29 agosto 2022
Descubre al fotógrafo y gurú de los viajes en MTB, Dan Milner, compartiendo uno de sus destinos de trail favoritos, en las montañas del Atlas de Marruecos, con los ciclistas de la Comunidad PRO Scotty Laughland, Sharjah Jonsson, Monika Büchi y Stefan Garlicki.
“Parece como si estuviéramos avanzando a través de un tayín", dice Scotty, refiriéndose al icónico recipiente de barro en el que nos sirven la cena aquí en Marruecos. Tal vez sea la arcilla roja e intensa por la que discurren nuestras cubiertas, o quizás solamente el calor abrasador del mediodía que está empapando nuestros maillots de sudor o, lo más probable es que sea una combinación de las dos cosas, pero en cualquier caso la observación de Scotty no parece estar muy equivocada: Yo, por mi parte, me estoy asando.
Nos lanzamos en picado alrededor de bermas naturales y bajamos las tijas para fluir a través de mini valles que, juntos, forjan un pumptrack natural como colofón para un recorrido épico de cuarenta kilómetros, que comenzó con las primeras luces del día e incluyó un kilómetro vertical de escalada, antes de terminar en nuestro alojamiento en Riad situado entre las estribaciones onduladas como un horno de las montañas del Atlas. Cuando atravesamos sus puertas y ponemos los ojos en la piscina, quitarse previamente los culotes ni siquiera es una opción. Al sumergirme en el agua fría, mi cabeza pasa de tayín a helado en segundos, y me hace sentir bien.
Desde que llegué aquí por primera vez en 2006, en una semana de bikapacking autoguiado entre pueblos remotos, la imponente cordillera del Atlas se ha convertido en mi lugar preferido para las aventuras accesibles. La rica cultura de Marruecos, sus coloridos paisajes, sus relajadas costumbres islámicas y su actitud acogedora, lo hacen atractivo para cualquier persona con ganas de aventura. Añade los innumerables senderos para mulas de la cordillera del Atlas, que comienzan a solo una hora por carretera desde el aeropuerto de Marrakech, y la habilidad para comunicarte, incluso si solo tienes un conocimiento rudimentario de la lengua francesa, y tendrás una aventura cercana y accesible servida en bandeja. O quizás debería llamarlo tayín.
Así que aquí estoy, de nuevo, pero esta vez he traído a cuatro compañeros de Pro Bike Gear: Scotty Laughland, Monika Buchi, Stefan Garlicki y Sharjah Jonsson, todos recién llegados a Marruecos, pero ansiosos por degustar sus sabores, y cada uno de ellos aportando su propio paquete de habilidades para el paisaje que nos recibe. Puede que esta sea mi quinta vez en Marruecos, pero, a través de la conducción de mis compañeros y sus nuevas experiencias, espero descubrir aún más de todo lo que este increíble país tiene que ofrecer: No tengo que esperar mucho.
Nos reunimos con un viejo amigo y guía local de ciclismo de montaña, Lahcen, en un café de piedra en lo alto de un puerto que domina el adormecido pueblo de Imlil. Justo al sur, el coloso de 4167 m de altura llamado Toubkal, el pico más alto de Marruecos, se alza hacia el cielo con un aspecto crudo y brutal. Saboreando un té de menta con azúcar, nos ponemos al día de los viejos tiempos y nos enteramos de que durante los dos últimos años el turismo que daba vida al pueblo quedó en suspenso por la pandemia. Y entonces, impulsados por el té dulce y una energía inquieta, volvemos a subirnos a las bicis y nos lanzamos por un sendero de tierra suelta, trepidante y serpenteante que atraviesa un sombrío bosque de pinos. A la cola del grupo, y mirando a través de la nube de polvo que levantan diez neumáticos delante de mí, puedo distinguir las siluetas de los ciclistas que trazan líneas altas en curvas cerradas o realizan whips sobre las rocas, líneas y formas que nunca habría pensado en añadir a un descenso en Marruecos.
Salimos del sendero quinientos metros más abajo, en un mar de sonrisas y chocando los cinco, el aire lleno de emoción y reflexión. El sendero que acabamos de recorrer es un antiguo camino de mulas hacia el paso. Pisado a diario por decenas de cascos, está a un millón de kilómetros de la creación de un bikepark y, si la energía del grupo sirve de referencia, es un descenso más que divertido. Pero, ¿y si lo limpiamos ligeramente, quizás añadiendo un poco más de flow en los giros difíciles? Lahcen está de acuerdo. “Las mulas y las tormentas pasan factura”, dice. Senderos como este son su pan de cada día; y está más que contento de trabajar en ellos. Al fin y al cabo, una mejor experiencia de conducción significa más turistas en bicicleta felices.
Volvemos al sendero el día siguiente con Lahcen y sus compañeros Mohamed y Houssain, armados con una docena de herramientas y ansiosos por sudar. El polvo nubla el cielo mientras un ejército de esforzados ciclistas de montaña rastrilla y remueve con palas y músculos los cantos rodados de las líneas, hasta que brilla el verdadero potencial del sendero. Durante el día intercambiamos notas sobre los estilos de conducción y la elección de líneas, debatimos la diferencia entre la limpieza de senderos y el exceso de limpieza y, lo más importante, las virtudes del té de menta con azúcar frente al no azucarado.
Y durante los días siguientes compartimos más risas, rutas y experiencias, mientras Lahcen nos lleva más allá de Imlil. Al final, puedo ver reflejadas en los rostros de mis compañeros las impresiones que Marruecos ha causado; una apreciación tranquila de aventurarse en lo desconocido y sus recompensas: desde despertar con la llamada a la oración cada mañana y subir pendientes con la bicicleta al hombro, hasta llegar a senderos más salvajes y remotos, desde rastrillar rocas en una ladera marroquí, hasta descubrir la cálida hospitalidad de nuestros anfitriones cuando nos recibieron en sus casas para cenar con sus familias, donde, por supuesto, pudimos disfrutar del mejor tayín que jamás haya probado.